martes, 26 de mayo de 2015

3 castigos para un hijo - Parte 1

Los padres de Daniel se había divorciado hace dos años, y desde entonces Daniel pasaba casi todos los fines de semana en casa de su padre; el resto de la semana con su madre. A él le gustaba más estar con su padre porque tenía más dinero y compraba mejores cosas. También a su padre le gustaba hablar de Football Americano, deporte que Daniel practicaba desde niño.



Llegó el viernes y como casi siempre, su mamá lo dejó a la puerta de la casa de su padre, espero a que entrara y se marchó. Su padre aún no llegaba del trabajo, así que Daniel se preparó palomitas en el micro ondas y encendió la nueva pantalla que su padre había comprado hace poco. En media hora llegó su padre, entró con mala cara a la casa y al ver a Daniel, le dijo:

- Oh! Ya llegaste, muy bien, yo voy a bañarme y a recostarme, tuve un mal día. -

Sin decir ni añadir más nada, su padre subió las escaleras; se escuchó un golpe cuando cerró la puerta de la habitación principal.

Daniel no se preocupó, estaba habituado al mal carácter de su padre. Terminando el programa que estaba viendo, fue a la cocina por algo de tomar, y fue por la ventana junto al fregadero, que Daniel pudo ver el nuevo carro de su padre estacionado frente a la casa. Era un Mercedes negro y lustroso. Brillaba con la luz del sol del atardecer de una manera increíble a los ojos de Daniel. Olvidando lo que estaba haciendo, Daniel salió de la casa y se acercó al nuevo auto móvil. De cerca era aún más increíble. Todo en el carro olía a nuevo, especialmente a Daniel le llegaba el olor de las vestiduras de los asientos de piel.

De inmediato creció en Daniel el deseo de entrar, más que eso, de conducir aquella maravilla, pero sabía que su padre no lo dejaría, aún con sus ya 18 años cumplidos, Daniel sabia que su padre jamás dejaría que anduviera solo manejando semejante auto, pues su padre cuidaba mucho sus cosas, sobre todo los auto móviles.

Daniel recordó lo que le dijo su padre al llegar; con cautela regresó a la casa, subió las escaleras y abrió la puerta. Su padre estaba dormido boca arriba sobre su cama, las luces apagadas y las cortinas corridas. Ésta era una oportunidad única.

Con cuidado, Daniel se acercó a la mesa de noche donde estaba la cartera de su padre y por supuesto, las llaves del nuevo Mercedes. Las tomó y con el mayor cuidado que pudo regresó, cerró la puerta, bajó las escaleras y salió a la entrada de la casa. No podía creer lo que estaba haciendo, sabía que si su padre lo descubría se iba a poner furioso, pero la emoción de la aventura pudo más que el sentido común.

Fue sencillo descifrar el control de seguridad, así que Daniel quitó la alarma, abrió la puerta y la cerró con cuidado, ajustó el asiento, introdujo las llaves y encendió el motor. ¡Era mejor de lo que había pensado! El motor apenas se escuchaba y todo en el interior era suave y con olor a nuevo. Sin realmente pensarlo, Daniel puso la velocidad, quitó el freno y arrancó.

Era una sensación increíble: con tan solo apretar un poco el acelerador, éste reaccionaba y aumentaba la velocidad. La dirección era suave pero firme, y el asiento de conductor, el más cómodo en el que Daniel jamás se había sentado. Decidió no tardar mucho por si su padre despertaba pronto, así que planeó sólo ir a la tienda de la esquina y regresar. Ya llegando ahí, el semáforo en rojo le permitió disfrutar un poco más del coche, encendió el nuevo estéreo y apretó los botones que controlaban las ventanas de todo el carro y la capotilla. Todo se accionaba de inmediato y sin el menor ruido. Daniel no se percató cuando el semáforo cambió a verde; un carro por detrás de Daniel tocó la bocina, devolviendo a Daniel a su realidad. Por la impresión entre ver la luz verde y el sonido de la bocina del otro conductor, Daniel apretó el acelerado un tanto más fuerte de lo necesario, y perdiendo un poco el control del carro tras pasar el semáforo, fue a dar con un poste de luz que pegó en el lado del copiloto.

-¡Mierda! - se dijo Daniel en voz alta. -¡El viejo me va a matar!-

No se atrevió a bajar del coche para ver si algo le había pasado al carro, puso reversa, retrocedió un poco, direccionó el coche, y avanzo rumbo a casa de su padre, sientiendo un fuerte palpitar en su pecho.

En 5 minutos estaba de vuelta a la entrada de la casa de su padre; Daniel estacionó el coche tratando de que quedara justo en el mismo lugar donde su padre lo había estacionado primero. Cerró de nuevo las ventanas, apagó el estérero, luego el motor. Salió del coche, cerró la puerta y puso la alarma, y a regañadientes se obligo a caminar para ver el golpe que le había pegado al carro.

-¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! - el faro izquierdo estaba roto, no era mucho, pero sí era evidente. Algunas piezas rotas aún estaban dentro del hasta entonces nuevo faro.

Daniel no dijo más, regresó a su casa y con más rapidez que cautela subió al cuarto de su padre. Al abrir la puerta vio que éste ya no estaba acostado, Daniel escuchó los sonidos del baño de la recámara. Con toda la velocidad que pudo usar, Daniel regresó las llaves del Mercedes a la mesa de noche, regresó a la puerta, la cerró sin hacer ruido y bajó las escaleras. Salió al patio trasero, tomó un balón de football y se puso a practicar unos pases y lanzamientos.

A los 10 minutos su padre bajó, lo vio por la ventana que daba al jardín y salió para hablar con Daniel.

-Voy a la tienda por unas cervezas, ¿quieres algo?- a lo que Daniel respondió - No, estoy bien.-

Sin ninguno decir nada más, su padre dio media vuelta y se fue. Daniel esperaba que en cualquier momento su padre volviera gritando "¡pequeño cabrón! ¡mira lo que le hiciste a mi carro!" o algo parecido, pero nada sucedió.

Tras un momento, Daniel no pudo seguir fingiendo indiferencia, dejó el balón y entro a la casa. En la cocina se asomó de nuevo por la ventana. Su padre de verdad se había ido en el Mercedes sin notar nada.

-"Tal vez no lo note, o cuando lo note, quizá crea que fue en otro lado, que cuando estaba estacionado alguien le pegó y no le aviso"-

Daniel decidió calmarse para no levantar sospechas cuando su padre llegara, así que volvió al sofá de la sala y encendió la pantalla.

Tras media hora su padre no había vuelto. -"Qué raro, la tienda está muy cerca y sólo iba por cervezas"- Daniel empezaba a impacientarse un poco cuando por fin escuchó muy leve pero seguro, el cerrar de la puerta del Mercedes. Daniel se reacomodó en el sofá fingiendo aburrimiento. Se escuchó la puerta de la casa abrirse y cerrarse; su padre no dijo nada, sólo subió las escaleras como de costumbre.

A los 10 minutos, su padre le llamó con voz firme pero que no denotaba enojo:

-¡Daniel! ¡Sube al cuarto!-

Daniel se levantó, no apagó la pantalla, metió las manos en los bolsillos traseros de sus jeans y poniendo cara de indiferencia, subió por las escaleras y entró al cuarto. Lo primero que notó fue que las luces estaban apagadas.

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